lunes, 14 de abril de 2008

VII SERMONES A LOS MUERTOS

El Cuarto Sermón

_________________



Refunfuñando, los muertos llenaron la habitación y dijeron: «¡Háblanos sobre dioses y diablos, tú, maldito! »

El Dios-Sol es el bien supremo, el Diablo es lo opuesto; por ello tenéis dos dioses. Sin embargo, hay muchos bienes grandes y muchos males inmensos, y entre ellos hay dos dioses-diablos, uno de los cuales es el ARDIENTE, y el otro, el CRECIENTE. El ardiente es EROS en su forma de llama. Brilla y devora. El creciente es el ÁRBOL DE LA VIDA; crece verde y acumula materia viviente mientras crece. Eros se enciende y luego se extingue; el árbol de la vida, sin embargo, crece lentamente y alcanza una estatura majestuosa a través de las innumerables eras.

El bien y el mal se unen en la llama.

El bien y el mal se unen en el crecimiento del árbol.

La vida y el amor se oponen en su propia divinidad.

Inconmensurable, como la constelación de estrellas, es el número de dioses y diablos. Cada estrella es un dios, y cada espacio ocupado por una estrella, un diablo. Y la vacuidad del todo es el Pleroma. La actividad del todo es Abraxas; sólo lo irreal se le opone. Cuatro es el número de las divinidades principales, pues cuatro es cl número de las medidas del mundo. Uno es el principio: el Dios-Sol. Dos es Eros, pues se expande con una luz brillante y combina dos. Tres es el Árbol de la Vida, pues llena el espacio con cuerpos. Cuatro es el Diablo, pues abre todo lo que está cerrado; disuelve todo lo que tiene forma y cuerpo; es el destructor, en el que todas las cosas vuelven a la nada.

Soy afortunado, pues se me concedió el conocimiento de la multiplicidad y la diversidad de los dioses. Pobres de vosotros, pues habéis sustituido la unidad de Dios por la diversidad que no puede transformarse en el Uno. A través de ello, habéis creado el tormento de la incomprensión y la mutilación del mundo creado, cuya esencia y ley es la diversidad. ¿Cómo podéis ser fieles a vuestra naturaleza cuando intentáis hacer uno de los muchos? Aquello que hacéis a los dioses, recae en vosotros. Estáis todos hechos de la misma manera y, así vuestra naturaleza también está mutilada.

Por el bien del hombre, puede reinar la unidad, pero nunca por el bien de Dios, pues hay muchos dioses pero pocos hombres. Los dioses son poderosos y soportan su diversidad, pues, como las estrellas, permanecen en soledad y están separados por enormes distancias unos de otros. Los humanos son débiles y no pueden soportar su propia diversidad, pues viven cerca unos de otros y siempre desean compañía, por lo cual no pueden soportar su propio y preciso estado de separación. Por el bien de la salvación os enseño lo que debe desecharse, por lo cual yo mismo he sido expulsado.

La multiplicidad de los dioses iguala a la multiplicidad de los hombres. Incontables dioses están esperando convertirse en hombres. Incontables dioses ya han sido hombres. El hombre participa de la esencia de los dioses; proviene de los dioses y se dirige hacia Dios.

Así como es inútil hablar sobre el Pleroma, también en inútil venerar a los múltiples dioses. Más inútil aún es venerar al primer Dios; plenitud real y bien supremo. A través de nuestras plegarias no podemos añadir ni quitarle nada, pues su vacuidad real se traga todo. Los dioses de la luz componen el mundo celestial, que es múltiple y se extiende hacia el infinito y se expande en la inmensidad. Su señor supremo es el Dios-Sol.

Los dioses oscuros forman el mundo inferior. No tienen complicaciones y son capaces de disminuir y encogerse en el infinito. Su señor más profundo es el Diablo, espíritu de la Luna, siervo de la Tierra, que es más pequeño, más frío y más inerte que la Tierra.

No existe diferencia entre el poder de los dioses celestiales y los terrenales. Los celestiales se expanden, los terrenales se reducen. Ambas direcciones se extienden en el infinito.

No hay comentarios: