El Séptimo Sermón
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Por la noche, los muertos regresaron y, entre quejas, dijeron: «Debemos saber otra cosa, puesto que nos habíamos olvidado de discutirla: enséñanos acerca del hombre»..
El hombre es un portal por el que entramos desde el mundo exterior de los dioses, demonios y almas, hacia el mundo interior; desde el gran mundo hacia el mundo más pequeño. El hombre es pequeño e insignificante; enseguida lo dejamos atrás, y así entramos en el espacio infinito, en el microcosmos, en la eternidad interior.
En la distancia inconmensurable brilla una estrella solitaria en el punto más alto del Cielo. Este es el dios único de esta solitaria estrella. Es su mundo, su Pleroma, su divinidad.
En este mundo, el hombre es Abraxas, que crea y devora a su propio mundo.
Esta estrella es el dios y la meta del hombre. Es su divinidad guía: en ella, el hombre encuentra consuelo. A ella conduce el largo viaje del alma después de la muerte; en ella brillan todas las cosas que, de otra manera, podrían impedir al hombre ir al mundo mayor con el brillo de una gran luz.
A ella el hombre debería orar. Esta oración aumenta la luz de la estrella. Esta oración construye un puente por encima de la muerte. Aumenta la vida del microcosmos, cuando el mundo eterno se enfría, esta estrella aún brilla.
No existe nada que pueda separar al hombre de su propio dios, si el hombre puede simplemente desviar su mirada del ardiente espectáculo de Abraxas.
El hombre aquí, Dios allí. Debilidad e insignificancia aquí, poder creativo eterno allí.
Aquí no hay más que oscuridad y frío húmedo. Allí todo es luz solar.
Después de oír esto, los muertos permanecieron en silencio, y se elevaron, como el humo sobre el fuego del pastor que cuida a su rebaño durante la noche.
lunes, 14 de abril de 2008
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